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Ramón G. Olvera escribe sobre el más reciente poemario de Ruiz Pascasio

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            Amplia es la geografía de un poema, vacilantes son los caminos que se rotulan dentro de ella. Gustavo Ruiz Pascacio en su libro Cuadernos de Innsbruck (2020), asume distintos roles, ya sea como viajero, que sorprende y se deja sorprender por lo que tiene ante sus ojos, de caminante que se deja llevar por las rutas azarosas, pero sobre todo de cronista porque da cuenta vital de sus pasos.

            El lector encontrará una crónica en su más esencial forma. No se trata de una enumeración detallada de fechas, lugares y circunstancias, el libro está signado desde la primera línea con la características de que “los cielos están abiertos” (p.19) y no se refiere a un parte meteorológico, sino a la condición esencial de todo viajero: abrir los sentidos al camino de la revelación, a esa profunda forma de conocimiento que en la antigua Grecia llamaban Alétheia y es la experiencia existencial auténtica, que recorre el  velo para -valga la redundancia- desvelarlos una verdad sustancial, que va más allá de la mera correspondencia de las ideas y los hechos y se arraiga en el decir poético, que hurga en profundidades que se expresan en el lenguaje que se ve desbordado. Justo en este telón de fondo Ruiz Pascacio afirma “Qué augusta sensación la de escucharme.” (27)  y me hace preguntarme ¿es acaso el soliloquio, la forma más genuina de recorrer el propio pulsar de la sangre, de dictar la propia sintaxis de las huellas.? Es bajo esta idea del poetizar donde el autor afirma que “Aprenderás la lección que te dio cada temblor de augurio cada curva del camino. (…) De la resurrección de los bosques aprenderás cada gramo de tu piel. Del reflejo matutino de la nevada, las estrías del firmamento” (35) la escritura de la noche, intrigante y apartada del tiempo (ya se ha dicho desde la astronomía que sólo vemos la historia del cosmos, que frente a nuestros ojos hay un cementerio de estrellas inexistente) aparece ante nosotros llena de “estrías” producto del adelgazamiento/ensanchamiento de la conciencia poética que la mira. Desde el apotegma de Heráclito estamos condenados a ser siempre otro distinto, que de manera falaz cree mirar las mismas cosas.

            Un mérito del libro es su prosa poética, su recorrido único. Circunscrito por un espacio geográfico y referido en el reflejo de los mapas, pero evanescente por la conciencia que lo narra. Lo fino de sus metáforas, las imágenes literarias que aparecen, me hacen recordar la gran prosa poética de Gilberto Owen.

            Ruiz Pascasio está dotado por un generoso conocimiento de la tradición poética, lo utiliza para hacer más intensa su crónica existencial de viajero. Por eso susurra que: “Salgo a recorrer este país. Un mundo por detrás y un cielo por delante” (24); esto es, se asume como un ser que ha de viajar con su historia, que el sendero que recorra ha de ser el de su biografía, pero con la actitud de todo viajero, para dejarse deslumbrar, inquietar o interrogar por el cielo y los designios que hacen de él, el viento, las nubes y el agua. Entonces, su biografía se reconstruye mientras avanza paisaje adentro.

            En el prólogo, Luis Arturo Guichard hace una inteligente reflexión de que la poesía ocupa un lugar dentro de la vida, similar al del relámpago. Cuaderno de Innsbruck está lleno de ello, valga un ejemplo: “Cuál de todas las lunas es la de Innsbruck. La del aro gigante engarzada en tu aguda pupila. La de media semana cremosa en un tazón. La de olvido puro agendada sobre una taberna.” (45). Son imágenes evocadoras que, como el rayo, iluminan para dejarnos ver en el instante el contorno de las cosas para luego mantenerlo semi-oculto. Sin embargo, si hacemos caso a Borges con eso de que la lluvia “sucede en el pasado”, el libro está habitado por la llovizna y la bruma.  Es por ello por lo que hay testimonio de apariciones sensoriales: “Líbrame el día del grito sin condimento. (61) Luego, el poeta habla de “ajos enteros y pimiento rojo” (75) que vienen acompañado de recuerdos concretos de la madre y el padre y de jocosas alusiones a los illuminati e hipotéticos extraterrestres.

            Nos arguye el poeta que “París es un río de tinta llamado Sena, un carmesí de insignias” (81); con ello entendemos un principio irrenunciable, jamás escribimos solos. Siempre vienen a nuestra compañía los muchos otros que desde otra geografía y tiempo nos conmovieron a tal grado que sus versos se volvieron nuestros y algunas veces hacen dictado textual y otras se meten en nuestro inconsciente.

            Los viajes como se ha dicho son introspección y descubrimiento, pendular juego de lo cóncavo y convexo y ahí han de aparecer siempre esos poetas que nos marcan el pulso de la escritura. El autor nos trae consigo y recorremos las ciudades junto con Mallarmé, Bosquet, Paz, Machado, entre otros. No como citas cultas, sino como acompañamiento vital, como el compañero de vagón o banca de plaza con el que necesitamos charlar.

            Este escribir junto, con y desde los otros que nos preceden hace que todo poema sea un dialogo, pero también inhibe la que puede ser la aspiración -paradojal, por cierto- de todo poema que es alcanzar el silencio radical o profundo, que probablemente solo tenga la muerte o ¿la música?:

¿Qué diría de este viento sin rango, que apuesta a la última puerta del vagón en que sus luces encienden la calza de noche del violín que ha desertado del aflijo de una noche sin matriz?

¿Qué diría por ti y por mí y por todos los que escogen una ruta de jazz para volver a colmarse de lo que sobreviene desde ayer sin cromos de por medio? (71).

Quien lea el libro comprará un boleto para adentrarse a un viaje inteligente, donde podrá encontrar esquinas, cielos abiertos y noches por cicatrizar, que nos harán vagar por ciudades que, como la condición humana, nunca se terminan por descubrir.

 

 

Ramón Gerónimo Olvera (Chihuahua,1977) Licenciado en filosofía Universidad Autónoma de Chihuahua, maestro en Literatura por la Universitat de Barcelona, Doctor en Pensamiento Complejo por “Multiversidad Edgar Morin”. Maestro e investigador de tiempo completo en la UACH. A la fecha Director de Extensión y Difusión Cultural. Realizó una pasantía de investigación en la Pontificia Universidad Javeriana, en Bogotá Colombia, donde escribió Sólo las cruces quedaron. Literatura y narcotráfico. Ha publicado 9 libros de ensayo y poesía en diversas editoriales. Además de diversas revistas académicas y de divulgación nacionales e internacionales. Es premio nacional de periodismo cultural.

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