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La voz de la mujer intelectual en un cuento de Nadia Villafuerte

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            La subjetividad femenina no se ha librado del dominio patriarcal, donde el mito del falo androcéntrico se erige como metáfora que le otorga poder sobre su contraparte en el binario social occidental. Dentro de las dimensiones de marginalidad femenina destaca la que está vinculada con la capacidad intelectual. La voz que emana de la mujer educada es la que más peligro le representa a dicho modelo. Es importante para este trabajo descubrir si la intelectualidad femenina tiene la suficiente habilidad para exhibir los mecanismos de este dominio que ya se antoja anacrónico y poco edificante. Es claro que en la construcción de personajes dentro de la prosa basta alguna anécdota de la realidad para crear una historia porque como afirma Hochman, “literature reflects life with regard character as in other respects” (Character 13). Desde ese planteamiento se analizan aquí los mensajes de la heroína de “¡Ay Nina!” (2005), de Nadia Villafuerte (1978). Los personajes de Villafuerte son atractivos porque encarnan vicisitudes inmediatas y aunque provienen, en su mayoría, de un estratos social vulnerable, el cuento proyecta la visión de un personaje intelectual femenino desde diferentes aristas, no sólo con las pretensiones del personaje que desea ser poeta, sino también porque pone en perspectiva los conflictos del contexto político de la frontera sur y las tensiones migratorias.

            La narrativa femenina “have produced a significant body of fictional writing which can be paralleled, because of its aesthetic and social maturity of the texts by Latin American (masculine only) boom of the 1960s” (Medeiros-Lichen 1). Nadia Villafuerte, que forma parte de las nueves voces de las letras mexicanas, descuella con una prosa provocadora mediante una temática en la que destaca el personaje femenino en contextos radicales. Muestra personajes femeninos en situaciones de sometimiento, que, aunque viven alrededor del agobio, proponen estrategias de escape. Villafuerte logra otorgarle a sus personajes cierta capacidad intelectual que les genera poder de agencia, para dosificar la violencia física que sufren las mujeres en la frontera sur. El lector distingue personajes en tránsito que provienen de Centroamérica, con la intención de cruzar el río y alcanzar los Estados Unidos.

            Nadia Villafuerte establece desde el principio un acercamiento  emocional en el contexto de la frontera del sur de México.  Particularmente, en la vida de Nina, que es el personaje que se analizará en este presente trabajo.  Es un personaje perspicaz, fabuladora y dueña de la palabra. Por lo tanto, disruptivo y diferenciador en el modo de caracterizar el mundo de las mujeres. Esta manera de representar un personaje así está a tono con las propuestas de los estudios de género en la que “se cuestiona la aproximación a la mujer desde una visión centrada en la subordinación, se analizan las relaciones entre distintas categorías de mujeres” (Arango 21); que tiene como consecuencia la propuesta de “nuevas aproximaciones a la subjetividad y a la construcción de sujetos femeninos, diferenciando los discursos dominantes sobre la feminidad y las experiencias históricas concretas de las mujeres reales” (Arango 21). Una de las aristas del cuento “¡Ay Nina!” radica precisamente en la mirada hacia la migración en la frontera sur de México. La voz narrativa expone su frustración ante la forma de vida que la migración genera, especialmente la violencia en diferentes niveles que dista mucho de su ideal de vida. Esa frontera sur “es un territorio de vida móvil, regular y de tránsito, donde se configuran relaciones de poder y de fuga, de dominio, y de resistencia o conflicto” (García 83). Esta dinámica la focaliza la protagonista del cuento, en el marco de una frontera sur donde se “modula un orden social dislocado y una vida cotidiana disforme y múltiple, pero cuyo sentido está definido por la lucha de la subsistencia y donde los poderes se reconfigura” (García 83).  De modo que los cuentos de Barcos en Houston (2005) son de corte realista que proyectan la crisis social y humana que padecen los inmigrantes centroamericanos en la frontera sur.

            La simbología de la línea imaginaria de una frontera no tiene igual significado para el migrante. La búsqueda de un mejor futuro en el norte opacaba la situación de la frontera sur en México, que no interesaba mucho para los grandes proyectos. Había una constante vigilancia  por los problemas internos de los países centroamericanos, y más aún, importaba el hallazgo y explotación de los grandes yacimientos petroleros en la costa campechana y se buscaba crear un ambicioso desarrollo turístico en el área que representara competencia a los intereses de Miami y los del Caribe (Fábregas 9). En consecuencia, la violencia en la frontera sur se incrementaba también debido al aumento de armas y la vigilancia relajada daba pauta a la corrupción, mientras los proyectos más prometedores acaparaban la atención del gobierno.

            En cuanto a la línea imaginaria de la frontera sur, tiene una representación simbólica diferente, pues los migrantes no buscan permanencia en México y los representantes del Departamento de Migración son fácilmente corruptibles. Las políticas y acuerdos fronterizos diseñados desde niveles del poder central tienen disparidades en situaciones específicas como el flujo de trabajadores centroamericanos creado por la globalización; esto a su vez detona la movilidad humana como “resultado de los procesos de acentuación de la desigualdad, el deterioro de los niveles de desarrollo socioeconómico y la precarización de las condiciones de vida de diversos países del sur (Castillo 16). Al hablar de desigualdad, es preciso mencionar también que la que toca a la mujer se recrudece y se añade al sometimiento que el discurso patriarcal impone.

            La narrativa de violencia que las migrantes centroamericanas sufren, adquiere un valor épico. Pese a los obstáculos y riesgos, no impide la movilidad de estas. En este punto, la línea fronteriza se convierte en una línea que separa la vida de la muerte, simbolizando el pobre valor de la existencia que tienen tanto el que sale de los países centroamericanos como en el país de paso y el de destino. Se les ha identificado como “sujetos que realizan múltiples desplazamientos geográficos, geopolíticos y conceptuales o metafóricos en una suerte de movimiento multidimensional” (Cortes 40). Por tal tazón, las hace susceptibles a la discriminación, pero también con esa movilidad, las muejres tienen la oportunidad de encontrar mejores condiciones de vida.  Se enfrentan al riesgo de ser detenidas y deportadas, en el mejor de los casos; explotadas sexualmente o asesinadas, en el peor de los casos. Dentro del imaginario patriarcal, ellas están supuestas a estar seguras en el hogar al cuidado de las familias, pero el tiempo y los hechos muestran que son los mismos protectores quienes las violentan física y psicológicamente. “Las mujeres deciden migrar hacia los EE. UU. para salvaguardar sus vidas, hijos e hijas, buscar una vida más segura y libre de violencia lo que las lleva a asumir nuevos riesgos en un recorrido migratorio” ( Cortes 46), que no siempre consiguen. La movilidad les deja huellas físicas y mentales porque “las mujeres migrantes portan en sus cuerpos físicos marcas sociológicas, culturales y políticas que los convierten en cuerpos generizados, racializaados, etnizados, deterritorializados” (Cortes 51), marcas difíciles de ocultar en una sociedad consumista ávida de esas marcas de diferenciación.

            La necesidad de reflexionar sobre las mujeres centroamericanas que migran a México autoriza plantear enfoques de análisis en la autoconstrucción de sus vidas. La manera de ellas de encarar los  problemas tensan “la frontera entre ambos modelos de dominación, la patriarcal y la estructural” (García 82), donde el discurso de cada caso está en constante presencia. De acuerdo con las etapas del movimiento feminista, se ha avanzado en la cantidad de mujeres que se han concientizado respecto del modelo patriarcal, que no sólo afecta a una o dos, sino que es una normatividad social que ancla al género femenino en la subalternidad. También, la educación ha contribuido a que se propaguen teorías al respecto desde diferentes áreas de estudio. Marcela Lagarde ofrece una mirada antropológica de la mujer cautiva en un número creciente de situaciones de subalternidad. Para Lagarde, el “cautiverio es una categoría antropológica que sintetiza el hecho cultural que define el estado de las mujeres en el mundo patriarcal: se concreta políticamente en la relación específica de las mujeres y se caracteriza por la privación de la libertad” (Los cautiverios 137). Bajo este enfoque, queda clara la dependencia y el sometimiento de la mujer, que se traduce en violencia. En la dinámica que resulta del mecanismo del poder, puede vislumbrarse una salida a través del significado de la misma palabra poder; entender que cada individuo puede encarar lo que lo somete, lo empodera y la liberación, no queda sujeta a un deseo, puede ser una realidad. Para enfrentar al tirano:

las mujeres pueden detectar tres fuentes de poder: la primera es entendiendo que quien ejerce dicho poder requiere del subyugado, la segunda es que se puede obtener poder a partir de su especialización, por la realización de hechos que solo ellas pueden hacer y la última se encuentra en cuanto se afirman, en cuanto satisfacen necesidades y trascienden a los demás (139-140).

Los personajes femeninos de Barcos en Houston se enfrentan con situaciones complicadas, generadas por un sistema patriarcal que las oprime; las excluye y las cosifica. Son mujeres que tratan de huir de la pobreza crónica. Sobreviven los efectos de la migración porque creen en sus sueños; por estos, lidian con enteraza las frustraciones,  la violencia verbal, el acecho de los depredadores en el camino largo y peligro de la migración. Por tanto,  la educación es otro foco de atención dentro de la dinámica migratoria. Es evidente que la búsqueda de un mejor bienestar de los migrantes, en general, está vinculada a las habilidades, pero también a los conocimientos adquiridos. Los informes sobre el nivel educativo muestran que “aunque las mujeres poseen un mayor nivel que los hombres, ese nivel por lo general no pasa de estudios primarios y secundarios, siendo los primeros los que ocupas el primer lugar” (Monreal-Gimeno 66). Estos datos revelan que la violencia predomina; el desconocimiento de derechos y falta de información promueve abusos de poder. Cada mujer migrante va construyendo su propia historia de sufrimiento, crecimiento, y, en el mejor de los casos, de liberación de situaciones opresoras patriarcales.

            El factor educativo es importante en el desarrollo del individuo, pero puede ser un elemento de supervivencia para el género femenino.  En Barcos en Houston, Villafuerte proyecta escenarios  que aluden a la realidad de la frontera sur de México. Cada vez más, “we see a surge in women migrating, often leaving their children in their country of origin with family members” (Rodríguez v); y la autora muestra desde la ficción esos accidentes sociales, ocasionados por la pobreza, la desigualdad, que son a su vez efectos de la idelogía neoliberal: “In the context of neoliberal globalization , traditional gender norms are negotiated and transformed within the family and across national borders” (Rodríguez v). Los mecanismos utilizados para manejar la sociedad con el modelo occidental en los social, económico, religioso y político enfrentan retos de construcción desde sus cimientos porque el otrora proveedor no alcanza suficientes recursos para sostener a su familia y/o ya ni siquiera sigue los valores que dictaban utilizar su fuerza física para hacerlo, quedando claro que la supuesta ´fragilidad femenina´ era el mito para manejar una superioridad que ha dejado su vigencia parcialmente porque la familia como institución pierde sus funciones básicas. Este libro de cuentos de Villafuerte evidencia los efectos del modelo neoliberal. Ha trastocado el orden social en todos sentidos, por otro más violento y caótico, especialmente en las fronteras.

            La frontera sur de México se representa cruel, insensible, decadente, una zona que no ha alcanzado la modernidad. “Las voces narrativas de Villafuerte ejemplifican las pugnas que propician conflicto entre los habitantes de Tapachula y los migrantes ´desnacionalizados que transitan por ella” (Rodríguez 124). La movilidad humana es tema de los cuentos de Villafuerte y alientan una narrativa expresada en el poder efímero de quienes son los nacionales al despreciar a los migrantes que llegan sin nada más que el sueño de encontrar mejores condiciones de vida. En otros casos, la prosa de Villafuerte muestra que” cuando alude al otro, enfatiza—siempre con un tono mordaz—las similitudes de rasgos culturales o del lenguaje: “Siempre es inconveniente lo del acento. Porque por lo demás, el mismo color, la estatura, el rostro de jodidez inconfundible” (125). Denota que ese otro bien puede ser quien discrimina. Es de resaltar entonces que “el discurso migrante encuentra una serie de conflictos múltiples. El rechazo al otro se vuelve endémico y hay una clara visión de la interseccionalidad de género, clase social y nacionalidad” (125). La apariencia o imagen se vuelve también punto clave en la convivencia fronteriza.

            El constante movimiento, ya sea real o imaginario, de los personajes de los cuentos de Nadia Villafuerte, en Barcos en Houston, muestra transiciones por las que pasan sus heroínas en escenarios fronterizos. Además, como ella misma dice, el género del cuento “es la poética del instante” que “permite abrirla [a la realidad] y de un solo golpe, como si te asomaras” (Rodríguez 126). Las historias que cuenta son precisamente eso, instantes que emergen como anécdotas femeninas que, en el caso de Nina, juegan un papel importante, cuando se trata de vivir en diferentes cuerpos, su subjetividad lo transforma en literatura. En los relatos de Villafuerte: “la narración parece tener la misma prisa que los personajes” (126), utiliza flashbacks para comunicar un deseo de futuro a la medida de la protagonista, aunque sea producto de su imaginación. En cuanto al estilo de la autora y, especialmente el tono de las voces narrativas, “como en muchos de los trabajos de los autores de la ´generación de los 70’s, es irreverente, irónico. cínico y retador frente a la autoridad y las instituciones, pero también ante un sistema social” (127) que refleja su decadencia. La prosa de Villafuerte denota transgresión en diferentes espacios. No sólo se trata de romper el movimiento migratorio legal, también resulta interesante el cambio de posición de poder de género cuando, en el caso de Nina, es ella la que tiene resuelta su situación mientras el personaje masculino extranjero resulta ser el otro en los dominios de ella.

            Los cuentos de Nadia Villafuerte exploran la frontera mexicana de Chiapas. Pone en primer plano la situación de las migrantes centroamericanas: “the term literatura de la frontera was coined to denote literature about the northerm border” (Ward 61), dejando excluida la frontera sur hasta décadas recientes en la que la región se complica y ella contribuye a escribir historias que revelan lo que ahí sucede. “Villafuerte offers a perspective on migration that has long been ignored in both U. S. and Mexican letters” (62). De modo que Barcos en Houston “is a bold proposal to expand both the conception of border studies within the literary field and the notion of border in the political field” (62). En estos breves relatos, la autora aborda los conflictos desde diferentes ángulos que van desde la mirada de las actividades de los estudiantes que para ganar dinero cruzan ilegalmente a migrantes centroamericanos, la de bailarinas exóticas y hasta la de la hija del presidente municipal, dando oportunidad a diferentes voces narrativas que van desde la primera persona cuyo vocabulario no es de alguien educado hasta el narrador omnipresente, todos contando historias realistas, exhibiendo una pertinaz lucha de clases, racismo y discriminación hacia los inmigrantes bajo la sombra del anhelo tanto franco como velado por salir de ahí para alcanzar la frontera norte y escapar a los Estados Unidos (64). La actividad del sur de México siempre está vinculada a la del norte en una comparación siempre negativa para el sur. Un ejemplo claro de esto lo expone “¡Ay Nina!”, un cuento donde “the narrator is the mayor´s daughter, who falls in love with a mysterious stranger across the café from where she sits. She romantically decides that he must be a poet” (Ward 62); cuando se da cuenta de que es otro inmigrante centroamericano más, llenando una solicitud de empleo, entonces le encuentra todos los rasgos opuestos a la altura que piensa se merece una intelectual como ella. En su imaginario, ella termina diciéndole que se aparte de ella; como hija de un político y esposa de un militar, lo único que ella quiere es dejar ese espacio fronterizo lleno de gente sucia y de cadáveres que va abandonado el tren que usan como vehículo en su camino al norte. Para Nina, los símbolos del uniforme que su esposo usa para representar fuerza, poder y estatus social le dan la protección que requiere para sobrevivir en ese oscuro ambiente. Por eso se escuda en él y en su padre, cuyo cargo político incrementa su seguridad hasta cierto nivel porque su verdadera seguridad está fuera de México, lejos de su esposo y de su padre. La imagen de ellos es para uso local porque es de esa protección a la que ella quiere escapar.

            Nina describe su cuerpo como desordenado; ofrece con ello una metáfora de la frontera en la que ella vive; refleja su deseo interno de no pertenencia. En su mente, Nina ve “The poet/job seeker is objectified by the mayor´s daughter and exploited by the system of temporary, unofficial labor for migrants passing through town on their way northward” (Ward 65). Es una situación opuesta a la suya con ciertos privilegios, que, en comparación con los del extranjero, le dan el poder para utilizar el lenguaje prepotente y discriminatorio. La escena imaginaria en la que “the idea of taking her lover to a black neighborhood in Paris represents sheer chaos for Nina, and yet simultaneously the epitomic of subversion. It would undo her body desordenado, to take the poet-worker as a lover” (65). El significado de la representación habla de la transgresión al tradicional discurso racial en la que el color oscuro de piel es asociado a la violencia y criminalidad, como si el individuo de piel blanca nunca cometiera crímenes. En la construcción mental de Nina “her desire erodes the racial hierarchy that would prevent such attraction from her position of supposed superiority (65), dado el poder que le confiere el ser la hija del político de más alto rango local y la esposa de un militar. De esa forma, Nina puede usar la violencia simbólica hacia quien está sin estatus legal, por lo que el extranjero ajeno al rol protagonista de que es objeto en los deseos de ella, queda sin voz; por lo tanto, este personaje se convierte en el otro (66). La desigualdad es invertida en el binario androcéntrico de los personajes en este cuento y pone de manifiesto el estilo de nuevos acercamientos que Villafuerte adopta para problemáticas reales que crecen diariamente en la frontera sur de México. Al final del cuento, Nina revela sus íntimos deseos de huir a Estados Unidos o a Europa en donde pasaría a ser una migrante en igual posición de quienes tanto ella discrimina. El humor negro deriva del realismo que se vive en la frontera sur, que se convierte en una extensión de la del norte por las políticas migratoria negativas (71) y que Villafuerte muestra en los relatos de Barcos en Houston.

            Es interesante también el acercamiento que la autora ofrece a rancios temas sociales como el de la violencia simbólica, la imagen como base de estereotipos para discriminar al otro, la falsa superioridad masculina, entre otros; ya que interpela a cada uno desde la posición de personajes femeninos que se sacuden su posición subalterna en cada cuento. Si hay un tema ineludible en la frontera es la violencia de todo tipo porque la línea imaginaria de una frontera se presta para el abuso en varios frentes, especialmente en situaciones de movilidad ilegal. En las fronteras es casi imposible escapar de la violencia, no importa si son  hombres, mujeres o niños; todos la padecen de una u otra forma. Sin embargo, es el género femenino el más castigado por llevar a sus espaldas el resultado del adoctrinamiento social de su debilidad e incapacidad para subsistir, condición que requeriría la protección masculina.

            Las teorías alrededor de la cosmovisión binaria han tenido también diversos acercamientos que irremediablemente se conectan al ejercicio del poder y a la invisibilidad, u otredad de la contraparte. Pierre Bourdieu hace hincapié en la parte simbólica de la violencia, porque ésta deja una huella indeleble difícil de detectar gracias al discurso que conlleva; la violencia simbólica representa la reproducción biológica y social desde la visión androcéntrica (La dominación 49); y crea la dominación del hombre sobre la mujer. Aunque Bourdieu identifica ese tipo de violencia en un contexto diferente, el mecanismo de la reproducción se manifiesta en todo lugar y a diferentes niveles hasta que la normalización la coloca en la posición continua del subalterno, cuyos derechos son manipulados siempre para mantenerla sometida mediante instituciones sociales como  la familia, la iglesia, la escuela y el Estado (50). Cuando se habla de mecanismo de reproducción es importante voltear la mirada a la distribución que los medios de comunicación utilizan para propagar el mensaje de violencia simbólica aceptada a través de todo tipo de producto consumido por la sociedad. Raymond Williams pone en evidencia el aleccionamiento propagado por la televisión a través de programas y venta de productos de consumo en donde se normaliza la violencia en forma simbólica (La cultura 25-39), creando la estructura de la división de trabajo que se consume mediante imágenes mayormente. Es por eso que George L. Mosse advierte que las sociedades modernas son propicias para recibir la interpretación cultural del simbolismo de la imagen para las normas y reproducirlas masivamente (La imagen 14), haciendo más difícil cualquier intento de deconstrucción de la violencia simbólica mientras favorece la reproducción de estereotipos. En este sentido, la asignación de estereotipos grupales que menciona Mosse hace posible la restricción de ciertas libertades individuales de género porque al legitimarse, afecta por igual y condiciona la vida de sus integrantes. La apariencia social es un factor que puede resultar negativo porque segrega al individuo (21), y prueba de ello se ve en el cuento de Villafuerte cuando se habla de feminicidio. La imagen se ha transformado también con el tiempo y ahora es posible interpelar la normativa desde la plataforma literaria, donde la ficción puede memitizarse con la denuncia en Barcos en Houston. Con personajes como Nina, que coloca al migrante masculino en la posición de subalterno. La transferencia de la pasividad del género femenino al masculino es posible, lo que Gayatri Chakravorty Spivak pone a prueba al preguntarse si el subalterno del paternalismo, la mujer, puede invertir el rol al ser quien maneje situaciones y no él (Puede hablar 36), y que la alternancia del poder se logra utilizando la subjetividad femenina. En este espacio cabe revisar el análisis teórico de Spivak como lo plantea Marcelo Topuzian, refiriéndose a la pregunta que da nombre al texto, de si puede hablar el subalterno, porque resulta interesante ver cómo ella logra llamar la atención de los críticos de la teoría poscolonial con ese tipo de “apertura a reflexiones e impugnaciones capaces de conmoverla o dislocarla en sus mismos cimientos” (Topuzian 112). El alcance de la concientización de hechos de dominio es solo un ejemplo que genera reacción femenina como respuesta a lo que se establece desde el enfoque masculino.

            La capacidad de entender el mensaje real del discurso androcéntrico y actuar en consecuencia es lo que Judith Butler encuentra como posible intersticio para deconstruirlo, mediante la reinterpretación lingüística (El género 31), con el propósito de ejercer una posición más justa; en una situación de subalternidad es claro que el subalterno es indispensable y causa dependencia a quien ostenta el poder. En el modelo occidental de ordenamiento social, cada institución conecta con su discurso a todos sus miembros mediante la aceptación tácita que se da al pertenecer a ella; desde el nacimiento, el individuo tiene marcado su posición mediante el manejo del género. La politización de los cuerpos propicia la subalternidad femenina al organizar las sociedades mediante la definición del individuo sobre la base de su género.

            Es un hecho que la subjetividad femenina también tiene altos alcances, pero es también cierto que el género no es garantía de ello. El problema que ha enfrentado la mujer por mucho tiempo ha sido el estar siempre sometida a cuidar a la familia, sin acceso a la educación. Cuando la transformación laboral se va imponiendo, también lo hace la necesidad de ella de participar en esa evolución, y el aprendizaje adicional de habilidades para la producción de bienes de consumo, la ayuda a buscar el entendimiento de otras áreas diferentes al hogar, origina la inserción del intelecto femenino al estudio y propone innovaciones. Con ello el nacimiento de teorías feministas vislumbran opciones de liberación del modelo androcéntrico. Sin embargo, Toril Moi encuentra que la generación de intelectuales que toman el discurso paternalista con base en la politización del cuerpo para someter a la mujer entra en conflicto con las teorías feministas en el lenguaje de sus textos porque no refleja la realidad. En las obras que Moi revisa, descubre que, aunque los argumentos interpelativos al discurso imperante no faltan, también se da cuenta que no aportan suficiente a la causa femenina. La crítica literaria que presenta Moi da muestra de dicho conflicto y se distancia en el aspecto del uso del lenguaje proponiendo nuevos términos para definir el concepto político y la política social y así poder reivindicar la posición femenina en la sociedad (Sexual/Textual 26). En Barcos en Houston, la subjetividad de Nina hace posible que el discurso femenino navegue a su conveniencia, situación que bien podría ser la respuesta a la pregunta que Moi se hace: “why some women writers reluctant to aknowledge that they are women writers?” (I am not a woman writer), porque el papel que juega el lenguaje en las obras literarias debe conectarse con las mujeres que consumen las historias. En la aproximación que hace Moi a la obra de Kate Millet en su enfoque feminista, concluye que “social and cultural contexts must be studied if literature must be properly understood” (24), lo cual permitiría la reflexión activa del lector. La narrativa de Nina muestra la sensibilidad femenina desde su percepción de la crudeza del mundo tal como la vive el migrante centroamericano.

            La ficción de Nadia Villafuerte pone en perspectiva un realismo que es inmediato e identificable para el lector, por lo que puede ser agresivo y sucio. Los personajes sortean esas dificultades desde posiciones subalternas y marginales. Los relatos de la autora son predominantemente de personajes y de atmósteras. Por lo que los personajes son producto de los conflictos sociales que sobrellevan. Si volvemos la mirada a la obra de Hochman sobre el análisis de personajes, se puede apreciar que estos enfoques pueden resultar entendibles:  “Whatever the problems conceptualizing and interpreting character, literary characters are generated by the texts in which they subsist and participate in whatever reality literature itself generate and participate in” (Character 30), en tanto que sean presentados mediante el uso de un lenguaje efectivo. En este sentido, Hochman abunda: “character in literature, as we ordinarily think of it, is generated by de words that point to structured sequences of events within the work” (31). Además, no hay que dejar de lado que “the means of generating images of characters do not in themselves constitute character, they signify it. Character does not exist unless it is retrieved from the text by our consciousness” (32). Las suposiciones o elucubraciones del personaje de Nina, permiten por su ambigüedad una mayor participación por parte del lector. El enfoque de este trabajo tiene que ver con los tonos y niveles discursivos de la protagonista; Nina toma la palabra para construir su particular universo ficticio en el interior de la cafetería; no obstante, y de manera irónica, proyecta evidentes posiciones de la marginalidad en la que vive, por su condición de mujer, incapaz de tomar decisiones radicales que la coloquen fuera de sus ensoñaciones.

            En la articulación de la mujer con aspiraciones intelectuales como personaje central del relato se puede validar la caracterización de la heroína desde el enfoque feminista. Nina se reconoce como intelectual y escritora. No espera que nadie más la califique y acepte. El personaje busca de algún modo el empoderamiento discursivo. Es válido retomar la posición concluyente de Toril Moi relativa a los conceptos y el uso del lenguaje común. Como observa Ida Bergstrøm: “The very foundation for feminism and feminist theory is the wish to make the experiences and lives of women intelligible” (26). Por un lado, Nina, con el uso de su imaginación, traspasa el cerco patriarcal. Por el otro, vive sometida. Es un dilema opresivo que padece el sexo femenino, de acuerdo con Moi: “sexual politics: “the process whereby the ruling sex seeks to mantain and extend its power over the subordinate sex” (26). Las mujeres luchan por una liberación, misma que, según Millet, “can no longer be seen solely as the logical consequence of a rational exposure of the false beliefs on which pathriarcal rule is bases” (29). Respecto de Nina, su matrimonio es la continuación opresiva del patriarcado que creyó podía sacudirse al salir de la protección dominante del padre.

            La anécdota de la joven Nina en el café es utilizada por Villafuerte para construir el ambiente propicio para proponer la historia del cuento que ya desde su título sugiere que el final puede resultar contrario a los deseos de la protagonista. Nadia Villafuerte es conocedora del ambiente en la frontera, dado que es oriunda de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Nacida en 1978, la autora se destaca como narradora y articulista. En 2003 resultó becaria en el programa Jóvenes Creadores y en 2006 obtiene la beca de la Fundación para las Letras Mexicanas. Su obra ha aparecido en la Antología de series de la noche (2006); Muestra de literatura joven de México (2008), y La novela en Chiapas (2018). Ha publicado la novela Por el lado Salvaje (2012). Villafuerte ha ambientado sus historias en los espacios de la miseria, la migración y la prostitución; ha mostrado el proceso de aculturación centroamericana y, sobre todo, ha desarrollado el tema de la frontera como sinónimo de dolor” (Bustamante s/n). La línea imaginaria que ofrece la frontera da margen a la transgresión en muchos sentidos, pero en el caso de la mujer, Nina toma el tema intelectual para cruzar por su cuenta las normas impuestas a su género. Además, “Los conceptos de frontera y territorio están desprovistos de la romántica definición de Estado en el sentido de identidad, patria, cultura y geografía. Villafuerte utiliza el término frontera de forma polisémica” (Bustamante s/n), dando oportunidad a Nina a la transgresión; aunque ésta sea imaginaria y temporal, es posible.

            Nina es una joven chiapaneca casada con un militar cuyo prototipo androcentrista cae a la perfección del que ejerce el poder sobre los otros, justificado por su rango burocrático; también, despliega su dominio sobre ella con un contrato matrimonial; por la manera de emplear el lenguaje referencial, el personaje femenino da a entender que ella  es un objeto de su propiedad. Como hija, por un lado, Nina está bajo el control masculino en la representación no sólo familiar, sino también social y político;  por el otro, esa dependencia es también privilegio de clase, puesto que le otorga a ella la investidura del poder de su padre como alcalde de la ciudad (“¡Ay Nina!” 32). La construcción de las instituciones políticas y familiares la hacen sentirse sometida, aunque disfruta de ciertos privilegios sociales dentro de los estándares que dictan los niveles de poder en esa ciudad fronteriza. El encuentro de Nina, dentro de “una más de las mujeres que me gusta habitar” (“¡Ay Nina!” 31), con un desconocido es lo que desencadena la historia narrada en primera persona. Esa parte de su presentación le concede permiso al lector de descubrir, bajo su experiencia y conocimiento, el significado de esas palabras para identificar la personalidad de Nina. Sin preámbulos, la voz narradora introduce al desconocido –objeto de su cuento— con una serie de detalles que insinúan un interés de conquista sexual. El comportamiento y la vestimenta del sujeto, el de la mesera, el de ella misma y del café donde se encuentran todos los personajes, sitúan la historia en tiempos recientes; y todo ocurren en tan solo unas horas. Nina percibe al extraño como una persona interesante por la actitud con la que él se desenvuelve, mientras observa con interés el movimiento de las personas al otro lado de los vidrios. Ella advierte en el hombre la longitud de su cabello, el juego de la pluma con la que escribe sobre una sección del periódico local; Nina asume que el hombre escribe versos. Ella idealiza al hombre que mira. Un aire intelectual es asociado por ella debido a “los lentes de armazón metálica” (“¡Ay Nina!” 29). En la descripción del extraño, Nina manipula el lenguaje para que la relación de los elementos del signo cumpla su propósito individual en su creación del hombre perfecto.

            Nina lo idealiza como un ser sensible, un hombre de letras, un poeta refinado. El crítico Michael Ryan, basándose en F. de Saussure, sostiene que el significado paradigmático de la construcción de personajes puede variar y provocar que el lector lo interprete posiblemente desde una perspectiva diferente (Teoría 40). La idealización de Nina incluye también las descripciones del pueblo y el río por el que cruzan cientos de migrantes.  La imaginación de Nina la lleva al exterior del café en claro avance de un acercamiento entre ella y el desconocido. Desea que pasen otras cosas, un acercamiento fortuito, quizá un posible diálogo en el que revelan intereses comunes por la literatura. Pero nada de eso ocurre.  En ese punto de imaginación creativa, Nina llega a pensar en “un beso turístico”, ante un panorama sombrío como lo es el vagón del tren al que llaman la “bestia” (“¡Ay Nina!” 31). La oposición binaria (Ryan 41) de ese momento se aprecia en lo agradable de un maravilloso y ansiado momento de carga romántica contra un entorno pueril y ruidoso que podría desalentar al más enamorado. La lógica patriarcal de la caracterización del personaje femenino se altera radicalmente, en vista de que Nina, en lugar de ocuparse de las labores domésticas, tiene como único vínculo activo el cultivo de la lectura de textos literarios, principalmente los de Octavio Paz, porque este poeta significa para ella un modelo a imitar y así poder explotar sus habilidades creativas y poéticas. El problema es que sus necesidades físicas de placer la dominan. El ritmo emocional de Nina crece desde que su mirada se encuentra con la del desconocido cuyo aspecto físico corresponde al de su ideal (“¡Ay Nina!”  29). Se inicia entonces una lucha mental; el inconsciente da rienda suelta a los instintos, mientras el consciente trata de controlarlos (Ryan 49), porque en su situación familiar y social no son aceptables: “Si no fuera porque soy la hija del presidente municipal y porque éstos me conocen” (“¡Ay Nina!”  32). Esto muestra que Nina está condicionada a guardar ciertas reglas sociales. Al personaje se le percibe una inmensa soledad. El vínculo emocional más fuerte lo representa su padre. Es la figura que controla su comportamiento desde la distancia. La figura paterna representa la relación de su mente con la realidad. La historia deja al lector la tarea de interpretar la ausencia de la figura femenina en la evolución de Nina desde la niñez a la juventud, siendo ella quien, guiada por su padre, toma la decisión de casarse con el militar involucrado en la política local. El contexto que rodea la historia es caótico y desesperanzador, Nina lo enfrenta constantemente, y bordea los límites convencionales de las pasiones que la carcomen.  Para decirlo junto con Ryan, su inconsciente lucha por cruzar en la búsqueda de la satisfacción de los instintos, alterando la representación mental de los significantes (56).

            La represión de Nina le genera más energía contenida, por lo que busca salidas continuas e intentos de liberación mediante las constantes fantasías de habitar en otras mujeres. En su diálogo interior, Nina divide su identidad, la de un yo real y la de un yo ficticio. Esto representa la separación y configuración de lo que es y lo que tiene significado para ella. La fricción alredor del yo narrador se debe a una insatisfacción sexual y distanciamiento de su pareja: “la profesión de los militares que hace que la vida de sus esposas se vaya directito al carajo” (“¡Ay Nina!”  32). Aquí resalta el uso de imágenes que acentúan el incremento libidinal, aunada a la descripción exótico de la naturaleza y la temperatura volcánica del ambiente. Por ejemplo, el dibujo mental de las montañas, que puede ser también un límite geográfico de dos entidades, representa también un símbolo del límite que no ha podido derribar y con ello liberar la poeta que Nina lleva escondida. La transformación de sus anhelos artísticos en narraciones internas, le permite en forma indirecta subjetivar sus objetivos para presentarse ante su entorno, ocupando un rol más independiente. Cuando Nina revela su gusto por la poesía, transfiere por un lado su dependencia a la figura patriarcal de Octavio Paz (“¡Ay Nina!” 31), pero, por el otro, la conecta con su habilidad artística. La distinción de profesiones tiene especial importancia para Nina. En cuanto detecta que el desconocido está llenando solicitudes de empleo para compañías anunciadas en el periódico, el significado mental se transforma, la ubica en la realidad y su lenguaje cambia también. Para describir al personaje que ha llegado allí a la cafetería y que ella cree es un escritor, Nina utiliza palabras cuidadosamente elegidas para otorgarle verosimilitud (“¡Ay Nina!” 29-30); sin embargo, cuando la realidad la enfrenta, su lenguaje se vuelve vulgarmente cotidiano: “¡Y es que sigue mirándome el jodidísimo hombre salido de quién sabe dónde!” (“¡Ay Nina!” 32), evidenciando, por contraste, el dificil dilema que tiene que sobrellevar entre su fantasía interior y la repugnante realidad de la migración, la pobreza y los efectos poco edificantes del sistema patriarcal, y que no puede soslayar.

            La voz narrativa sitúa la historia en un contexto sociopolítico fronterizo entre México y Guatemala, donde la dinámica muestra no sólo el comercio en calles y mercados, sino también los vínculos con el tren y el río que huele a muerte (“¡Ay Nina!”  30). Justo en el centro de ese contexto, Nina sitúa el gravísimo problema que padecen las mujeres en ambas fronteras, donde muchas han sido violentadas y asesinadas.  Nina reprocha falta de compromiso por los problemas contras las mujeres en la frontera sur, como si los invisibilizaran. Y añade: en Juárez se conoce de esa realidad porque hacen escándalo (“¡Ay Nina!”  31). En el norte hay denuncia y en el sur hay ausencia de ella. El claro mensaje del interés de Nina lo muestra con sus coqueteos al extraño, quien se acerca y el monólogo mental cambia con registros opuestos. Ese cambio lingüístico al final del cuento denota la diferencia de estatus social entre ellos. Cuando compara los niveles sociales, las palabras para informar los beneficios de ser hija del presidente municipal, esposa de un oficial de Migración y proclive al pensamiento literario, difieren del lenguaje utilizado cuando abandona su interés por el hombre desconocido. Entonces, se percibe “despoblada de ti y tan sostenida en creencias, en insinuaciones, en pura imaginación. Bien dicen que todos somos perfectos actores representando a cada momento, distintos personajes” (“¡Ay Nina!” 35), dejando claro que su imaginación literaria es, en efecto, su posibilidad de escape y liberación.

            En “¡Ay, Nina!”, Nadia Villafuerte enfatiza en los dilemas de la depedencia emocional de las mujeres, sometidas en el marco de un sistema patriarcal aún dominante. Al tiempo que propone la imaginación como un recurso para romperlo. Marli Camargo menciona que, en la obra de Villafuerte, se aprecia la dependencia por la figura masculina y “despertarán la consciencia y la emancipación de las protagonistas. Ellos, los hombres, siguen dominando las acciones y la transformación de las protagonistas” (Escritora 6). En este cuento se marca esa dominación subliminal puesto que los personajes creados en su imaginario no reúnen el prototipo aceptado para la hija de un político ni la de la esposa de un oficial. La adjetivación de Villafuerte para describir el ambiente y los cuerpos cobra significado; facilita que el personaje pase de la fantasía a los deseos, basados en una historia romántica con el inmigrante que ha llegado a la cafetería a llenar una solicitud de empleo. La forma de autoconstruirse la realidad que desea como mujer intelectual en ese corto tiempo, libera a Nina del cautiverio en la que ella se encuentra, en cada mujer que su imaginación le permite habitar. Es un manera de interpelar el dominio patriarcal. La voz que la autora le concede es la escrita. Es la voz que produce reacciones no sólo en la protagonista, sino también en el lector.

            Los acercamientos que estudiosos han desarrollado mediante teorías planteadas en tiempos y situaciones históricamente importantes han contribuido al avance femenino en la búsqueda de equidad. Los periodos de recrudecimiento de la violencia continúan presentándose, los mecanismos de reproducción no se detienen. Las denuncias están ahí, articuladas en todos los tonos. El dominio patriarcal lejos de otorgar alguna tregua para reinventarse en pos de una alternancia de poder que libere la parte oprimida, genera una guerra sin tregua. El feminicidio pareciera ser su carta bajo la manga cuando el reto individual se inclina hacia el género estereotipado como débil. Es la evidencia de su dominio para certificarlo. En este trabajo se ha tratado de articular un diálogo crítico y teórico que proyecte la posibilidad de deconstruir el discurso misógino del patriarcado. Una subjetividad desafiante emerge de Barcos en Houston, sensible, inteperladora y marginal, encarnada en personajes femeninos que comunican realidades violentas. En conclusión, en este trabajo se considera importante modificar las estrategias de lectura que politizan los cuerpos y los deseos femeninos; mientras eso ocurre, que se mantengan alejados los prejuicios y los estereotipos de cualquier cuño.

 

 

 

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María Armendáriz obtuvo la Maestría en Artes y Español por la Universidad de Texas—Permian Basin.

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