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El paisaje y el hombre de barro

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Semblanza por Antonio Moreno

Esta revista quiere hacer un reconocimiento especial al pintor y lingüista César Corzo, originario del estado mexicano de Chiapas, donde nació en 1933 y falleció, allí mismo, en el 2013. Y agradezco la bondad de Hugo Corzo, porque sin su ayuda, no habría sido posible recabar este material.

Las fotografías que dan cuenta de su pasmosa capacidad técnica y las emociones que despiertan, fueron compartidas por su hermano Hugo Corzo. La obra paisajística de César Corzo, en la que de vez en cuando aparecen seres como delineados por el barro, que, en tales circunstancias, no solo encaja, también enriquece temáticamente este número.

Algunos de sus cuadros aquí exhibidos corresponden a los paisajes del mundo rural chiapaneco, que será un tema de introducción a los intereses de su agenda estética, el orden social campesino, agrario y revolucionario, en sintonía con la dialéctica puntuada por la tradición del  muralismo mexicano.

Las apostillas de Hugo Corzo sobre su hermano fueron muy útiles para poder trazar un aleatorio perfil de su vida y obra. No hay, desafortunadamente, estudios consistentes sobre sus propuestas pictóricas y lingüísticas. Si acaso, la Internet ofrece notas periodísticas, entrevistas de ocasión, escasos homenajes, un video que circula en YouTube; es decir, un cúmulo de información que, en  todo caso, puede tener un objeto remunerativo, siempre y  cuando vehicule proyectos más sólidos y ambiciosos.

Hugo Corzo dice que su hermano fue muy inquieto desde joven. Ingresó a la escuela militar de aviación, de la que fue expulsado a raíz de una riña con un capitán que lo incordiaba constantemente, por lo que buscó trabajo como marinero en el puerto de Veracruz. Retornó al cabo de los años para ingresar a la prestigiada Academia de San Carlos, en Ciudad de México, graduándose como Maestro en Artes Plásticas.

Después de la revolución de 1959, César Corzo se fue a Cuba para contribuir en la restauración de la isla colaborando como albañil en la edificación de escuelas. Aunque no vivió en Rusia, como tal vez haya sido su deseo, insinúa su hermano; ideológicamente, fue un comunista activo y radical. Retornó a Chiapas a finales de la década del 70. Impartió clases en Ciudad de México antes de mudarse al pequeño pueblo de Berriozábal, cercano a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, donde construiría su casa y allí se dedicaría permanentemente a la pintura y a los estudios de lingüística regional.

Pasaba del mural, la escultura, el dibujo, la pintura de caballete al estudio del  castellano con la extraordinaria destreza y, sobre todo, con la inquietud que ha definido, desde Leonardo, todo aquel espíritu renacentista que anhela puntos de apoyo para crear mundos paralelos, furtivos como lejanos, pero en los que habita la vida, inmensa, maciza como un mineral y frágil como la hoja. Y de las sutiles relaciones de la vida con el mundo o con esos mundos, nadie puede escaparse, nadie puede fingir u ocultar un no saber, con  ese simple vínculo que es definitivo, el hombre queda marcado en secreto para siempre. Reunió en Palabras de origen indígena en el español de Chiapas (1978), que le sobrevendrían ediciones y correcciones posteriores, un diccionario que no carece de encanto, fomenta la curiosidad y se vuelve indispensable para la consulta, por todas aquellas expresiones de las lenguas originarias que han ayudado a consolidar los usos del castellano chiapaneco. Escribió además Chiapas, o la geografía mítica (2003), entre otros libros. No obstante, César Corzo consideraba que sus contribuciones lingüísticas eran más importantes y superiores que su obra pictórica.

 

 

 

 

 

 

 

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