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El espacio simbólico en la crónica “Muxes de Juchitán”, de Martín Caparrós

 

Resumen: En este trabajo se analizaron los recursos literarios de la crónica intitulada “Muxes de Juchitán”, de Martín Caparrós, que aparece en la Antología de crónica latinoamericana actual, del editor Darío Jaramillo Agudelo (2012). De los recursos literarios estudiados, se privilegió la construcción verbal del espacio.  Para la base teórica de la investigación se retomaron,  principalmente,  los lineamientos de la narratología y la hermenéutica analógica. El examen de los espacios simbólicos develó, entre otras importantes aportaciones de carácter social, algunos aspectos poco conocidos de la economía cuyo origen se remonta a la fundación mítica del poblado. La economía de los juchitecos, con base en la tradición indígena, es única en todo México.

Palabras clave: crónica latinoamericana, periodismo narrativo, recursos literarios, narratología

 

El espacio simbólico en la crónica “Muxes de Juchitán”, de Martín Caparrós

          Es necesario indicar que en la crónica latinoamericana aparece, con bastante frecuencia, que el periodista escriba acerca de lugares distintos al de su país de origen. Tal es el caso del escritor argentino, Martín Caparrós (2012), quien escribe la crónica “Muxes de Juchitán” (publicada en Surcos en América Latina, abril de 2006), así como muchos otros textos de periodismo narrativo en los que trata acontecimientos que suceden en diversas partes del mundo.

          En algunos cronistas, la construcción que realizan de los lugares –rurales y urbanos; internos y externos-, representa uno de los elementos constitutivos literarios que se presta a un análisis en particular pues de otra manera no podría comprenderse la magnitud de su trabajo. Tal es el caso de esta crónica que se ubica en Juchitán, ciudad localizada en el estado de Oaxaca, México.

          El texto “Muxes de Juchitán” está dividido en trece fragmentos que se encuentran diferenciados por espacios en blanco y, además, se identifican por el recurso tipográfico del uso de mayúsculas al inicio de cada fragmento. Las frases en mayúsculas dan la apariencia de que Caparrós (2012) tratara de que fueran una especie de subtítulos: “AMARANTA TENÍA SIETE AÑOS . . . ” (p. 65); “SON LAS CINCO DEL ALBA . . .” (p. 65); “JUCHITÁN ES UN LUGAR SECO . . .” (p.67) ; “MUXE ES UNA PALABRA ZAPOTECA . . ” (p.68), por mencionar solo algunas frases iniciales.

          Cada una de los fragmentos se va alternando, con cierta regularidad, para relatar, principalmente, dos líneas narrativas: la historia del muxe Amaranta y un relato que trata de la vida cotidiana de Juchitán e incluye una breve reconstrucción histórica de la ciudad.

          El juego de alternancias, que propone la voz narrativa, permite una mayor comprensión del significado del término “muxe”. En otras palabras, contextualiza los datos biográficos del muxe Amaranta en su sociedad; debido a que los muxes solo pueden explicarse en su dimensión social.

          Entre las aproximaciones que realiza el narrador para explicar el concepto de “muxe”, se encuentra el de buscar posibles sinónimos más cercanos al lector común: “Muxe es una palabra zapoteca que quiere decir homosexual pero quiere decir mucho más que homosexual. Los muxes de Juchitán disfrutan desde siempre de una aceptación social que viene de la cultura indígena” (Caparrós, 2012a, p. 68). Al mismo tiempo que señala el posible sinónimo, también aclara la enorme diferencia. Y agrega que los muxes circulan por las calles, vestidos de mujeres, con la mayor naturalidad como lo hacen las demás señoras, sin que esto provoque un señalamiento por parte de los otros (Caparrós, 2012a).

          Otra de las variantes que utiliza Caparrós (2012a), para determinar el concepto social de muxe, es el de comparar a los muxes con los travestis: “Pero sobre todo: según la tradición, los muxes trasvestidos son chicas de su casa. Si los travestis occidentales suelen transformarse en hipermujeres, hipersexuales, los muxes son hiperhogareñas” (p. 68).

          Para fundamentar sus afirmaciones, cita de manera directa cómo se conciben a sí mismos los muxes. Recurre a la voz de Felina, un muxe, que anteriormente llevó por nombre Ángel, quien posee una tienda donde se dedica a cortar el pelo y, a su vez, a vender ropa. Felina habla de sí misma pero a nombre de los muxes:

Los muxes de Juchitán nos caracterizamos por ser gente muy trabajadora, muy unidos a la familia, sobre todo a la mamá. Muy con la idea de trabajar para el bienestar de los padres. Nosotros somos los últimos que nos quedamos en la casa con los papás cuando ya están viejitos, porque los hermanos y hermanas se casan, hacen su vida aparte… pero nosotros, como no nos casamos, siempre nos quedamos. Por eso a las mamás no les disgusta tener un hijo muxe. Y siempre hemos hecho esos trabajos de coser, bordar, cocinar, limpiar, hacer adornos para fiestas: todos los trabajos de mujer. (Caparrós, 2012a, p. 69)

Además de la función social de cuidar a los padres que señala el muxe en la cita anterior, también realizan otra función muy distinta. Caparrós (2012a) refiere que en su plática con Felina, esta le dijo que los muxes eran los encargados de la iniciación sexual de los jóvenes juchitecas. La iniciación sexual de los jóvenes adquiere mucha importancia en la comunidad dado el valor social de la virginidad femenina.

          Otro aspecto que los hace diferentes, señala el autor, es que los muxes juchitecas, por tradición, no se dedican a la prostitución. La posible explicación para ello radica en que no se les margina. Por supuesto, existen algunos muxes que sí se prostituyen por diversas razones como la de conseguir algún dinero extra.

          En términos generales, en las comunidades del sur de México, como Juchitán, el papel de la Iglesia sigue siendo un factor determinante. Desde la perspectiva religiosa, los muxes, hasta cierto punto, son tolerados. El cronista, en su afán por profundizar en la dimensión social del concepto de muxe, recurre al padre Paco, quien asume una posición ambivalente entre la visión religiosa y la visión indígena:

El cura quiere ser tolerante y a veces le sale: dice que la homosexualidad no es natural pero que en las sociedades indígenas, como son más maduras, cada quien es aceptado como es. Pero que ahora, en Juchitán, hay gente que deja de aceptar a algunos homosexuales porque se están “occidentalizando”.
-¿Qué significa occidentalizarse en este caso?
-Pues, por ejemplo meterse en la vida política, como se ha metido ahora Amaranta. (Caparrós, 2012a, p. 75)

Sobre la problemática de conseguir pareja, quizá la declaración más contundente sea la del propio muxe Amaranta. Es necesario señalar que las distintas voces de muxes que aparecen citadas en la crónica corresponden al muxe común. Y en términos generales, sumadas las voces, sí se reconoce que al muxe le cuesta mucho tener una relación sentimental más o menos duradera. En este sentido,   Amaranta es un muxe muy distinto al común: realizó estudios fuera de Juchitán; formó parte de un grupo, las New Les Femmes, que realizó presentaciones en diversos lugares; y, sobre todo, participó activamente en la política. Aun así, puede considerarse su apreciación como una síntesis contundente de lo que significa para el muxe conseguir y sostener una relación de pareja. Al ser considerado como un personaje público, el cronista le advierte que por ello le va a resultar mucho más difícil conseguir un novio. Amaranta asume una perspicaz respuesta:

Sí, se vuelve más complicado, pero el problema es más de fondo: si a los hombres les cuesta mucho trabajo estar con una mujer más inteligente que ellos, ¡pues imagínate lo que les puede costar estar con un muxe mucho más inteligente que ellos! ¡Ay, mamacita, qué difícil va a ser! (Caparrós, 2012a, pp. 76-77)

De entre todos los aspectos que distinguen a los muxes, quizá ninguno sea tan reiterativo, a lo largo de la crónica, y desde la perspectiva de diferentes voces, como el señalar que el origen de los muxes es un factor de nacimiento y no de determinantes culturales. Sobre ello, existe una convicción generalizada en la comunidad de Juchitán.

          Como se podrá apreciar, el panorama centrado en el concepto de “muxe”  se plantea desde una amplia dimensión social sin la cual es imposible concebir la vida de los muxes.

          Aunque la crónica tiene por título “Muxes de Juchitán”, y por ello se profundiza en el concepto de “muxe”, es muy comprensible por qué el autor le dedica su principal atención –sin que signifique que se excluya a los otros muxes como Felina, Mística, Pilar, etc.-, a la figura de Amaranta. El cronista señala las posibilidades que tuvo el muxe en el ámbito nacional e internacional:

Empezó a recorrer el país buscando apoyos, hablando en público, agitando, organizando: su figura se estaba haciendo popular y tenía buenas chances de aprovechar el descrédito de los políticos tradicionales y su propia novedad para convertirse en la primera diputada travestida del país y –muy probablemente- del mundo. (Caparrós, 2012a, pp. 74-75)

Con la valoración expresada por el autor, están claras, pues, las razones de su elección para desarrollar la línea narrativa de Amaranta. Sus actividades de carácter social y político alcanzaron una notable popularidad.

          La línea narrativa del muxe Amaranta inicia desde que él tenía siete años de edad y aún conservaba su nombre inicial, Jorge. Desde su infancia, se apartaba de los niños y jugaba a las muñecas. Y también disfrutaba a jugar a cocinar. El seguimiento biográfico de Amaranta sigue un orden cronológico bastante regular pero alternado, como se ha dicho, con los fragmentos dedicados a la vida cotidiana de Juchitán.

          Enseguida, en otro fragmento, aparece el periodo que va de los ocho a los trece años; edad a la que decide abiertamente presentarse como un muxe ante su familia. Luego continúa cuando ya había alcanzado los catorce años y se llamaba Nayeli, que significa “te quiero”, en zapoteca. A esa edad se traslada a Veracruz a estudiar inglés y teatro. En la misma etapa es cuando lee Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y asume el nombre de uno de los personajes de la novela, Amaranta. Como parte de la toma de conciencia de crearse su propia identidad, se integra a un show travesti, llamado New Les Femmes, pues le gustaba figurar y ser conocido entre la gente. Con el grupo, integrado por cuatro travestis, Amaranta recorre el país durante un par de años con bastante éxito. Posteriormente, sobreviene la desintegración del show travesti tras la muerte de dos integrantes a causa del sida y otro más en cama por la misma causa. En este fragmento, Caparrós (2012a) apunta un enorme cambio en la vida de Amaranta: de la conciencia social a la participación política. El tema del VIH es el detonante del cambio:

Amaranta se especializó en el tema, consiguió becas, trabajó en Juchitán, en el resto de México y en países centroamericanos, dio cursos, talleres, estudió, organizó charlas, marchas, obras de teatro. Después Amaranta se incorporó a un partido político nuevo, México Posible, que venía de la confluencia de grupos feministas, ecologistas, indigenistas y de derechos humanos. Era una verdadera militante. (p. 71)

En la cita está muy claro que la transición de la actividad social a la política no representa para Amaranta un cambio radical. Se puede interpretar, más bien, que una actividad condujo a la otra. En el fragmento, Caparrós (2012a) suma muchas tareas de Amaranta, con gran velocidad narrativa, para concretar una imagen de ella como “militante”.

          Caparrós (2012a), en otro fragmento donde retoma la figura biográfica de Amaranta, se centra en la vida amorosa de la misma. A diferencia de otras etapas, en esta sí precisa la fecha, septiembre de 2002. El hombre con el que se une Amaranta es un técnico en refrigeración que trabaja dando mantenimiento a los hoteles del conocido pueblo turístico de Huatulco, ubicado al norte de Juchitán. El idilio terminó muy pronto. Tal vez alrededor de un mes o más. No se precisan los tiempos. El autor refiere que en septiembre, Amaranta sufre un accidente en la carretea hacia Oaxaca y debido a las consecuencias de este, le tienen que amputar completo el brazo izquierdo. Ante la situación, sobrevino la ruptura amorosa entre Amaranta y aquel hombre con el que había decidido ella formar una posible familia.

           En el último párrafo de la crónica –que, a su vez, coincide con el fragmento final de la misma-, el autor elige como subtema el resultado de la actividad política de Amaranta y su partido. De esta manera, conjunta el resultado de las elecciones políticas y el cierre de su texto periodístico:

Amaranta Gómez Regalado y su partido, México Posible, fueron derrotados. El resultado de las elecciones fue una sorpresa incluso para los analistas, que les auguraban mucho más que los 244.000 votos que consiguieron en todo el país. Según dijeron, el principal problema fue el crecimiento de la abstención electoral y las enormes sumas que gastaron en propaganda los tres partidos principales. Amaranta se deprimió un poco, trató de disimularlo y ahora dice que va a seguir adelante pese a todo. (Caparrós, 2012a, p. 77)

Todo lo anteriormente expuesto sobre la línea narrativa de Amaranta puede considerarse como una especie de síntesis con la finalidad de dar una idea general de la figura de Amaranta pues, como se ha expuesto, la biografía de Amaranta, sin duda, constituye la principal línea temática del texto. Y Amaranta, de una manera u otra, representa a los muxes en general.

          La visión de los hombres acerca de los muxes es una temática también tratada en la crónica. Son dos pasajes breves pero con una carga de significación muy marcada. La primera mención se da en un espacio que se caracteriza por su exclusividad masculina, la cantina. En el año en que se publica la crónica, 2006, en algunos lugares de México ya se permitía el acceso de las mujeres en las cantinas. Sin embargo, en la cantina de Juchitán, al parecer, aún permanecía la exclusividad pues así se infiere del único indicio textual sobre este punto: “En la cantina suena un fandango tehuano y solo hay hombres” (Caparrós, 2012a, p. 72).

          Al narrador lo invitan a compartir una mesa donde beben cerveza cinco hombres cuyas edades oscilan alrededor de los cuarenta. En un momento dado, les pregunta acerca de los muxes. La reacción de todos consiste en soltar carcajadas y en vacilar sobre el hecho de que cada quien tiene su mujercita o varias. Sin embargo, uno de ellos retoma la pregunta del narrador y propone un desafío basado en la respuesta honesta por parte de sus interlocutores: “-A ver quién de ustedes no se ha chingado nunca un muxe. A ver quién es el maricón que nunca se ha chingado un muxe” (Caparrós, 2012a, p. 72).

          El desafío resulta ser efectivo. Los hombres no responden pero intercambian sonrisas de complicidad. Finalmente, uno de ellos propone brindar por los muxes y se suman todos, incluyendo el narrador.

          Con la escena de la cantina, se resume no solo la aceptación generalizada de los muxes -sin que por ello se omitan las burlas-, sino la necesidad que tienen de ellos los hombres en alguna etapa de sus vidas. El pasaje se complementa con otro en el que se relata la vida de un hombre quien compartió una vida amorosa con un muxe.

          En sus recorridos por la ciudad, el narrador encuentra, en alguna calle del centro de Juchitán, un lugar dedicado para las reuniones de un grupo de neuróticos anónimos: “Adentro, reunidos, seis hombres y mujeres se cuentan sus historias; más tarde ese señor me explicará que lo hacen para dejar de sufrir…” (Caparrós, 2012a, p. 70).

          El autor se vale de la intertextualidad para evocar, en el pasaje anterior, un texto sumamente conocido, el Decamerón, de Giovanni Bocaccio. El concepto de intertextualidad es entendido aquí como lo propone Genette (1989), quien la define “. . . como una relación de copresencia entre dos o más textos, es decir, eidéticamente y frecuentemente, como la presencia efectiva de un texto en otro” (p. 10). Asimismo, distingue varias formas de intertextualidad. En este caso corresponde a lo que el crítico francés llama la alusión, en la cual “. . . un enunciado cuya plena comprensión supone la percepción de su relación con otro enunciado al que remite necesariamente tal o cual de sus inflexiones, no perceptible de otro modo…” (Genette, 1989, p. 10).

          En el enunciado de la crónica se alude al Decamerón al mencionar el número seis, de hombres y mujeres reunidos para relatar historias. En el Decamerón, como es sabido, siete mujeres y tres hombres -huyendo de la peste bubónica que azotaba Florencia-, se refugian en una villa donde, cada uno de ellos, van a relatar historias cuyo tema principal gira en torno al erotismo, sin descartar otros temas como el amor, la fortuna, etc.

          Los signos son opuestos entre las historias que se cuentan en el Decamerón pues lo hacen por divertimento para contrarrestar el aburrimiento, mientras que en el pasaje de la crónica, lo hacen para evadir el sufrimiento, según se lo cuentan al narrador. La explicación del sufrimiento humano se debe a los celos, la ira, la cólera, la soberbia, la lujuria. Que, a su vez, alude, hasta cierto punto a los pecados capitales. El mismo señor que explica lo del sufrimiento humano es el que relata una historia de amor entre un hombre y un muxe. La historia del hombre refiere que, ya casado, seguía extrañando al muxe. El hombre se encontraba en un gran conflicto de toma de decisiones entre formar una familia heterosexual, común, o dejar u olvidar al muxe. La esposa del hombre estaba enterada del conflicto de su marido. El hombre en cuestión asistía, desde hacía muchos meses a las reuniones del grupo, para tratar de olvidar al muxe.

          El narrador, en un momento dado, intuye o tiene la certeza de que el hombre cuenta, en realidad, su propia historia. Y no la de alguien más. Entonces, el narrador dirige una pregunta hacia el final de esa historia. Y el hombre sabe muy bien la respuesta: “-No, yo no creo que se cure nunca. Es que tienen algo [los muxes], mi amigo, tienen algo” (Caparrós, 2012a, p. 70).

          Con esta visión, breve y significativa, de la comunidad masculina acerca de los muxes, el texto presenta otro aspecto de la complejidad de una sociedad sumamente distinta a la del resto de México.

          Por lo que respecta a la línea narrativa referente a la vida cotidiana y alusiones históricas de Juchitán, esta se caracteriza, principalmente, por contener una serie de descripciones de los lugares más representativos de la ciudad; por tratar costumbres, tradiciones y leyendas; y  por incluir diversas notas de carácter histórico.

          La línea se inicia con el segundo fragmento, uno de los más extensos de toda la crónica, y está centrado en el mercado de Juchitán; después, se realiza un trazo histórico que va desde la fundación mítica hasta la actual ciudad de Juchitán; luego, se trata la tradición de los muxes en Juchitán. Posteriormente, aparece el fragmento más breve de la crónica: la imagen típica de la cantina (tema que ya se revisó); más adelante se trata el tema del aniversario número veinticinco de uno de los muxes, donde también se aborda el problema del sida. Finalmente, se recrea, de manera descriptiva, el ambiente festivo y ruidoso del zócalo de Juchitán.

 

 La voz narrativa

          El narrador de la crónica “Muxes de Juchitán” constituye una de las voces más interesantes debido a sus desplazamientos. El primer párrafo con el que se inicia la crónica evoca la infancia de Jorge-Amaranta cuando tenía siete años. Lo que llama la atención son los verbos que utiliza para expresar las sensaciones y las emociones del niño:

Amaranta tenía siete años cuando terminó de entender las razones de su malestar: estaba cansada de hacer lo que no quería hacer. Amaranta, entonces, se llamaba Jorge y sus padres la vestían de niño, sus compañeros de escuela le jugaban a pistolas, sus hermanos le hacían goles. Amaranta se escapaba cada vez que podía, jugaba a cocinar y a las muñecas, y pensaba que los niños eran una panda de animales. De a poco, Amaranta fue descubriendo que no era uno de ellos, pero todos la seguían llamando Jorge. Su cuerpo tampoco correspondía a sus sensaciones, a sus sentimientos: Amaranta lloraba, algunas veces, o hacía llorar a sus muñecas, y todavía no conocía su nombre. (Caparrós, 2012a, p. 65)

Lo reiterativo del nombre, cinco veces citado en el párrafo, cumple la función de imponerlo en la memoria del lector y de exaltar su importancia en el texto. El nombre oficial del niño, Jorge, aparece únicamente dos veces. Y serán muy contadas las ocasiones en que se le nombre así, Jorge,  en toda la crónica.

          Si el párrafo, únicamente con fines de análisis, se sustrae de su contexto, del resto de la crónica, y se estudia al narrador para determinar cuál es la relación que se establece entre él y el mundo narrado; y a partir de ello, especificar si se trata de un narrador homodiegético o heterodiegético, es muy posible que la decisión se inclinara hacia el narrador heterodiegético.

          En lo citado, el narrador da la impresión de que tiene acceso a la conciencia de Amaranta: “terminó de entender las razones de su malestar”, “pensaba que los niños”, “fue descubriendo”. El artificio usado por el narrador presenta una posible ambigüedad, entre un tipo de narrador y otro, debido, principalmente, a la cuidadosa selección de los verbos.

          En el siguiente fragmento de la crónica, el narrador describe el movimiento y los personajes anónimos que caracterizan el mercado de Juchitán. La voz narrativa inicia usando la tercera persona. Sin embargo, hacia el final del primer párrafo aparece, por primera vez, la primera persona: “Las señoras les gritan órdenes en un idioma que no entiendo: los van arreando hacia sus puestos. Los hombrecitos sudan bajo el peso de los productos y los gritos: Güero, cómprame unos huevos de tortuga, un tamalito” (Caparrós, 2012a, p. 65).

          El narrador especifica que describe desde la subjetividad de su voz. Asimismo, desde su postura testimonial, sostiene que no comprende el idioma que se usa en el mercado. Lo cual implica que puede tratarse de expresiones propias del zapoteco o tratarse de la jerga en español que comúnmente se usa en esos lugares. O una combinación de ambos usos del lenguaje. Por otra parte, también queda clara su condición étnica que lo distingue del resto. El mote de “Güero”, con el que lo nombra una de las vendedoras, sintetiza uno de los pocos rasgos descriptivos que aluden a la figura del narrador.

          Se trata, pues, de un narrador homodiegético, el cual puede tener una doble función, como se ha dicho: su función vocal, al momento de narrar, y su función diegética, cuando actúa lo que se narra.

          En el mismo fragmento, dedicado al mercado de Juchitán, unas líneas más adelante vuelve a repetirse otra escena muy similar a la anterior: “¿‘Qué va a llevar, blanco?’ ‘A usted, señora’ Y la desdentada empieza a gritar el güero me lleva, el güero me lleva, y arrecian las carcajadas” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          Además de reiterar lo de “güero”, se suma otro rasgo característico del narrador: su sentido del humor. Por medio del cual, logra integrarse al ambiente del mercado y ganarse la simpatía de las vendedoras.

          El uso del diálogo es otro de los recursos que utiliza la voz narrativa. Dado que la información que proporciona el narrador homodiegético depende exclusivamente de su propia visión, el uso de los diálogos o la citación de determinadas voces permiten que en el lector se cree una visión conformada por múltiples voces. Sin embargo, el narrador es el que selecciona esas voces y, a su vez, determina, hasta cierto punto, la configuración de su contenido. Para ilustrar la forma como aparecen los diálogos, sirva de ejemplo la entrevista entre el narrador y el muxe Felina. En una de las pláticas, el narrador retoma el tema de la tradición juchiteca sobre la idea de que el muxe no puede eludir su destino, en otros términos, el muxe nace como tal, no es producto de las circunstancias culturales:

La tradición juchiteca insiste en que un muxe no se hace –nace- y que no hay forma de ir en contra del destino.
-Los muxes sólo nos juntamos con hombres, no con otra persona igual. En otros lugares ves que la pareja son dos homosexuales. Acá en cambio los muxes buscan hombres para ser su pareja.
-¿Se ven más como mujeres?
-Sí, nos sentimos más mujeres. Pero yo no quiero ocupar el lugar de la mujer ni el del hombre. Yo me siento bien como soy, diferente: en el medio, ni acá ni allá, y asumir la responsabilidad que me corresponde como ser diferente. (Caparrós, 2012a, p. 69)

Los fragmentos de entrevistas, como el anterior, aparecen a lo largo de toda la crónica. En ellos, como se puede apreciar, la voz narrativa formula diversas preguntas y los entrevistados expresan abiertamente sus opiniones. La estrategia discursiva seguida por el narrador permite al lector deducir el trabajo periodístico que subyace en la crónica sin importar que el narrador no explicite su labor. El tratamiento que el narrador le da a su figura como periodista y a su labor está trazado con rasgos sumamente sutiles.

 

 La construcción del espacio simbólico: el mercado de Juchitán

          En el plano de la dimensión espacial, los modelos descriptivos del cronista representan uno de los recursos literarios que, a su vez, permiten establecer el carácter simbólico de Juchitán.

          El nombre de Juchitán constituye el tema descriptivo que el narrador-descriptor, por medio de una selección de detalles, conforma una imagen del lugar. O mejor dicho, de la ilusión de espacio donde se desarrollan las líneas narrativas.

          El segundo fragmento de la crónica “Muxes de Juchitán”, uno de los más extensos, presenta como tema descriptivo el mercado de Juchitán. El tema del mercado reviste una singular importancia, la cual se puede sintetizar en tres vertientes. Primera, el mercado constituye el núcleo de la actividad económica de Juchitán; segunda, a diferencia de los otros estados del país, los juchitecos, en su mayoría, no son asalariados ya que se dedican, por su propia cuenta, a la producción o a la comercialización; y tercera, está ligada al mito cultural de que en Juchitán existe y prevalece el matriarcado.

          En términos de descripción, el narrador-descriptor principia con la frase de “El mercado se arma” para indicar el inicio de la actividad comercial a partir de la salida del sol. Luego selecciona una lista enorme de los productos sin explicitar su ubicación desde la cual percibe los objetos:

. . . con el sol aparecen pirámides de piñas como sandías, mucho mango, plátanos ignotos, tomates, aguacates, hierbas brujas, guayabas y papayas, chiles en montaña, relojes de tres dólares, tortillas, más tortillas, pollos muertos, vivos, huevos, la cabeza de una vaca que ya no la precisa, perros muy flacos, ratas como perros, iguanas retorciéndose, trozos de venado, flores interminables, camisetas con la cara de Guevara, toneladas de cedés piratas, pulpos ensortijados, lisas, bagres, cangrejos moribundos, muy poco pez espada y las nubes de moscas. Músicas varias se mezclan en el aire y las cotorras. (Caparrós, 2012a, p. 64–65)

Por lo que respecta a la temporalidad, el narrador-descriptor, para enumerar los objetos, se instala temporalmente en simultaneidad con los mismos. De tal manera que se provoca una imagen en el lector donde el narrador-descriptor coexiste con los elementos que percibe.

          En la citada lista que va prefigurando la imagen del mercado, resalta lo cuantitativo con la utilización de los siguientes términos y expresiones: mucho, en montaña, más, muy, interminables, toneladas, muy poco, nubes y varias.

          El efecto de sentido general es la abundancia pues de las ocho expresiones usadas, siete de ellas apuntan hacia una cantidad mayor y solo una de ellas se refiere a una cantidad menor. También, en algunos productos no se hace ninguna referencia en particular, solo se pluralizan los objetos. La pluralización pudiera interpretarse como una cantidad intermedia entre lo de mayor cantidad y lo de menor cantidad. Pero aun así, en su conjunto, prevalece la sensación de la abundancia.

          Además, el orden de la lista es interesante: se inicia con el sol como punto de partida temporal y luego sigue con una serie de elementos propios del reino vegetal: piñas, mango, plátano, tomate, aguacate, hierbas, guayaba, papaya, chile. Para calificar a las piñas, el descriptor las compara con las sandías para tratar de precisar su tamaño. Sobre los plátanos, agrega el calificativo de “ignotos”. Dada la variedad de plátanos que existen en el sur de México, el descriptor apela a sus limitaciones. Por lo que respecta a las hierbas, las califica el descriptor con el término de “brujas”. Con lo cual se evoca, posiblemente a esos usos de sanación que tradicionalmente se le atribuyen a las plantas y a esas prácticas llamadas comúnmente “limpias”, las cuales se encuentran muy arraigadas en determinadas regiones del sur de México. Sobre los chiles, exalta el enorme acopio al decir que se encuentran apilados en montaña. Como es sabido, el chile es uno de los elementos más abundantes en la gastronomía mexicana.

         Después de los elementos propios del reino vegetal, de pronto, irrumpen en la lista “los relojes de tres dólares”. El brusco rompimiento con el orden inicial va a prefigurar otro efecto de sentido, el de contraste. Se contrastan los elementos propios del reino vegetal con los elementos culturales de lo popular.

          En seguida, el descriptor cita a las tortillas. El narrador-descriptor realiza un juego dinámico con la repetición “tortillas, más tortillas” (Caparrós, 2012a, p. 65); con lo que recrea, con más intensidad, la ilusión de un recorrido por el mercado. En términos generales esa parece ser la forma desde donde se describe. Sobre “las tortillas”, es el único elemento que se repite en el enlistado de la descripción. Lo reiterativo obedece, seguramente, a la gran cantidad de tortillas en los mercados, y en particular en los puestos, ya que con ellas, en la gastronomía mexicana, se preparan muchísimos platillos como tacos, enchiladas, quesadillas, totopos, chilaquiles, flautas, entomatadas, por citar algunos.

          Después de las tortillas, se sigue con una lista del reino animal terrestre: pollos, huevos, vacas, perros, ratas, iguanas, venado. Acerca de la lista, se puede señalar la observación del narrador-descriptor, que los pollos se pueden conseguir vivos o muertos.

          La referencia a los perros concierne a la manera desde donde se realiza la descripción. Quiere decir, a la sensación de recorrido por el mercado que hace el descriptor. Sin duda, alude a los perros “callejeros” que deambulan por el mercado.

          Por otra parte, compara a las ratas, para dar una idea de su tamaño, con los perros. En los mercados, estas alcanzan proporciones desconocidas para el común de la gente.

          La lista con elementos propios del reino animal terrestre,  se contrasta, de nueva cuenta,  con tres términos que corresponden a otro orden: flores, camisetas y cedés.

          Sobre las flores, el calificativo de “interminables” puede evocar no únicamente a la cantidad sino también a la variedad. Las flores, también, son muy representativas de los mercados del sur de México.

          Tanto las camisetas como los cedés refuerzan el efecto de sentido de contraste. Las camisetas con el estampado del rostro del “Che” Guevara se refieren a una cuestión cultural; es un producto cuya venta es permanente en una gran mayoría de los mercados mexicanos. En cuanto a los cedés “piratas”, como invasión de la tecnología a bajo costo, constituyen otro elemento de contraste pero mucho más reciente que el estampado del “Che”. Sin duda, la elección hecha por el descriptor es sumamente provocativa al colocar un referente simbólico junto a otro referente banal pero muy propio de la sociedad que recrea el descriptor.

          Luego, continúa con una lista que alude al reino animal marítimo: pulpos, lisas, bagres, cangrejos, pez espada. La descripción termina con una alusión a las moscas, a las que compara con las nubes debido a su gran cantidad. Finalmente, agrega una frase para cambiar del sentido de la vista al del oído. Menciona lo que escucha: diversos temas musicales y las cotorras.

          Con todo lo expuesto, el narrador-descriptor ha construido una imagen del mercado de Juchitán a partir de su perspectiva. Inicialmente, lo que pudiera sintetizarse como una lista caótica descriptiva, y cuya finalidad sería dar una idea del ambiente del mercado, con la aproximación analítica del modelo descriptivo usado se muestra que el descriptor impone al lector una imagen que conlleva un efecto de sentido de abundancia y de contrastes.

          Después de desarrollar el tema descriptivo del mercado, el narrador-descriptor prepondera un dato cuantitativo que apuntala su afirmación sobre considerar al mercado como la principal dinámica económica de la ciudad: “El mercado de Juchitán tiene más de dos mil puestos y en casi todos hay mujeres: tienen que ser capaces de espantar bichos, charlar en zapoteco, ofrecer sus productos, abanicarse y carcajear al mismo tiempo todo el tiempo” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          En términos de la dimensión espacial y sus narrativas, el mercado de Juchitán y sus más de dos mil puestos constituyen un aspecto de lo urbano, de lo físico de una ciudad.

          El narrador-descriptor a partir de una parte de la ciudad, o sea, el mercado, totaliza su apreciación para determinar que Juchitán es una ciudad comercial. Según Aragón (2014), el proceso parte de lo urbano, de lo físico, del cual se estructura el texto para después ser narrado o vivido por el observador. En este caso, el narrador-descriptor percibe lo urbano, el espacio físico del mercado, como un ícono donde se desarrollan las actividades económicas de la ciudad. A partir de lo físico de la ciudad, construye un sintagma, un primer orden significativo, lo cual conlleva a representar la ciudad como un paradigma, es decir, Juchitán como una ciudad comercial.

          Sobre la segunda vertiente, en el tercer fragmento de la crónica, el narrador centra su atención en un hecho sumamente importante de la vida económica de Juchitán: a diferencia de los otros estados del país, los juchitecos, en su mayoría, no son asalariados ya que trabajan por su propia cuenta. Se dedican a las labores del campo o a la pesca. Es necesario hacer notar que, en toda la crónica, el narrador  no relata desde estos dos posibles espacios donde se desarrollan dichas actividades. En otras palabras, en las narrativas de la ciudad que realiza el narrador, no recorre dichos lugares o, al menos, no figura en la crónica una descripción desde tales perspectivas. El narrador afirma que “En la economía tradicional de Juchitán los hombres salen a laborar los campos o a pescar, y las mujeres transforman esos productos y los venden” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          Así como la comercialización ocupa un lugar preponderante en la narrativa de la ciudad, la producción representa otra vertiente similar. Producción y comercialización constituyen una dualidad que se remonta a la misma fundación de Juchitán. Para ello, el narrador, primero, califica a Juchitán como un lugar “seco” y “difícil” y luego refiere la creación mítica de Juchitán:

Cuentan que cuando Dios le ordenó a San Vicente que hiciera un pueblo para los zapotecos, el santo bajó a la tierra y encontró un paraje encantador, con agua, verde, tierra fértil. Pero dijo que no: aquí los hombres van a ser perezosos. Entonces siguió buscando y encontró el sitio donde está Juchitán: éste es el lugar que hará a sus hijos valientes, trabajadores, bravos, dijo San Vicente, y lo fundó. (Caparrós, 2012a, p. 67)

La referencia a San Vicente Ferrer Goola, venerado como el santo patrono de Juchitán, constituye un relato mítico. El narrador omite el tema histórico de las dos figuras relativas al Santo, o sea, los dos San Vicente. La problemática histórica de las dos figuras concluye en la reinstalación de San Vicente, el fundacional, y de su continua conmemoración actual. Sin embargo, la omisión no tiene una relevancia importante ya que el narrador se aboca al Santo fundador del poblado de Juchitán.

          El relato mítico constituye uno de los símbolos más representativos de la cultura de los juchitecos. Sobre todo si se considera las múltiples alusiones a lo “tradicional” que el narrador recopila en sus recorridos y entrevistas, tanto las anónimas como las de personajes plenamente identificados.

          Ante la única referencia al relato mítico en toda la crónica y dada la complejidad interpretativa del mismo como símbolo, se puede comentar que los vínculos entre el espacio físico y los pobladores provienen desde su mismo origen. En este sentido, el espacio elegido por San Vicente se basa en su intención de dotar de ciertas cualidades a los zapotecos: “valientes”, “trabajadores”, “bravos”.

          La cualidad de “trabajadores” permeará la vida de los zapotecos: desde sus orígenes en Juchitán hasta las coordenadas espacio temporales desde las que narra el cronista. De acuerdo con Aragón (2014), las transmisiones orales –entre las que se ubica el relato mítico fundacional referido-, pueden determinar ciertos patrones de conducta o “. . . reglas latentes de la forma de vida urbana” (Aragón, 2014, p. 39). Es muy posible que, por ello, los juchitecos se consideran a sí mismos como gente muy laboriosa.

          Dicha cualidad de gente laboriosa, se encuentra, a su vez, íntimamente ligada con el tema de la productividad y de la comercialización. Asimismo, el lugar también constituye un factor determinante de la actividad económica de los juchitecos; es evidente que el narrador-descriptor ubica a Juchitán, en el contexto del país, como un lugar propicio para la comercialización:

Ahora Juchitán es una ciudad ni grande ni chica, ni rica ni pobre, ni linda ni fea, en el Istmo de Tehuantepec, al sur de México: el sitio donde el continente se estrecha y deja, entre Pacífico y Atlántico, sólo doscientos kilómetros de tierra. El Itsmo siempre ha sido tierra de paso y de comercio: un espacio abierto donde muy variados forasteros se fueron asentando sobre la base de la cultura zapoteca. (Caparrós, 2012a, p. 67)

El narrador-descriptor califica a Juchitán con términos que la posicionan entre puntos intermedios. Primero alude a su externsión territorial, refiriendo a los dos extremos “grande” y “chica” para que el lector deduzca que se trata de una ciudad de extensión intermedia. De esta manera involucra al lector a realizar simples deducciones. Su estrategia discursiva es la misma para continuar con lo referente a la riqueza y finaliza con la apreciación estética. En toda la valoración de la ciudad, el narrador la realiza considerando las coordenadas espacio temporales en que ha hecho su recorrido y desde el cual concreta su narrativa de la ciudad, es decir, un “ahora” que corresponde a la simultaneidad temporal en que el descriptor ha hecho su trayecto. Por otra parte, el narrador-descriptor contextrualiza a Juchitán en el plano territorial del país, México. Su consideración “emotiva” consiste en señalar que en el Itsmo existe muy poco espacio de tierra. Y luego, califica al Istmo, en términos generales, como un lugar propicio para el comercio y para el asentamiento de individuos extraños que se integran a la cultura zapoteca.

          En seguida de la cita anteior, el narrador-descriptor continúa con lo relativo a la productividad:

Y su tradición económica de siglos le permitió mantener una economía tradicional: en Juchitán la mayoría de la población vive de su producción o de su comercio, no del sueldo en una fábrica: la penetración de las grandes empresas y del mercado globalizado es mucho menor que en el resto del país. (Caparrós, 2012a, p. 67)

La concepción previa de Juchitán como una ciudad comercial adquiere una dimensión que pudiera calificarse como complementaria. Esto significa, la estrecha relación entre productividad y comercialización. La base de la economía, que ha permanecido a través de los siglos, es el arraigo cultural en sus tradiciones.

          Por lo tanto, se tiene un paradigma de Juchitán como ciudad comercial. En este contexto, el narrador-descriptor resignifica lo “comercial” con base en la “producción” y, sobre todo, con la importancia que indica acerca de la “economía tradicional”. Para ello, el narrador-descriptor refiere una resultante esencial de la práctica heredada: no depender de un salario. Dicha resultante singulariza a Juchitán en todo México. En términos simbólicos, Juchitán es una ciudad comercial en el imaginario de quienes la habitan y la viven. Y, por extensión, de quienes la visitan, como en este caso, el narrador-descriptor. Sin embargo, el narrador-descriptor resignifica el sentido de “ciudad comercial” pues si se le compara con otra ciudad comercial de México, Juchitán seguiría distinguiéndose por sus bajos índices de ciudadanos asalariados.

          El narrador-descriptor continúa con su narrativa de la ciudad a partir de la expresión de una mujer del mercado:

-Acá no vivimos para trabajar. Acá trabajamos para vivir, no más.
Me dice una señorona en el mercado. Alrededor, Juchitán es un pueblo de siglos que no ha guardado rastros de su historia, que ha crecido de golpe. En menos de veinte años, Juchitán pasó de pueblo polvoriento campesino a ciudad de trópico caótico, y ahora son cien mil habitantes en un damero de calles asfaltadas, casas bajas, flamboyanes naranjas, buganvillas moradas; hay colores pastel en las paredes, jeeps brutales y carros de caballos. Hay pobreza pero no miseria, y cierto saber vivir de la tierra caliente. Algunos negocios tienen guardias armados con winchester “pajera”; muchos no. (Caparrós, 2012a, p. 67)

Entre la expresión de la mujer y el recuento temporal de las transformaciones que ha sufrido Juchitán, da la impresión de que sigue siendo la “mujerona” quien relata los cambios, tal como si estuviera platicando lo vivido por ella en Juchitán en los últimos veinte años. Luego, se reafirma la distancia entre el narrador-descriptor y la ciudad que visita al señalar la cantidad de habitantes y de los cuales él no forma parte. La imagen de un damero le permite al narrador-descriptor imponer una visualización en el lector donde están trazadas las calles asfaltadas, las casas, las plantas de ornato. Así como el contraste entre los carros de tracción animal y los modernos vehículos. La frase que contrapone a la pobreza con la miseria enfatiza indirectamente la valoración que ya antes había hecho el narrador-descriptor sobre esa peculiar economía de Juchitán. Un rasgo que sobresale en la descripción citada es el relativo a la violencia simbólica, la que se vive cotidianamente en la ciudades, pues en toda la crónica son mínimas las alusiones directas a la misma. La violencia latente está indicada con una cantidad menor, “algunos”, de los establecimientos que tienen guardias armados en comparación con los “muchos” que no tienen guardias.

Como se había mencionado, el tema del mercado reviste una singular importancia no únicamente por ser el centro económico más importante de la ciudad, sino, también, y es la tercera vertiente, por la relación entre el mercado y el mito cultural de la existencia del matriarcado en Juchitán.

          En una cita textual anterior, el narrador-descriptor señala un dato cuantitativo evidente a partir de lo que ha percibido en el mercado, siguiendo un modelo descriptivo de “recorrido”, en los más de dos mil puestos: en su mayoría, están atendidos por mujeres. Además del dato cuantitativo, el narrador-descriptor señala la serie de habilidades que ellas muestran al estar al frente de los puestos.

          El dato de los más de dos mil puestos atendidos, en su mayoría, por mujeres es contundente y representa, la idea central, para considerar a Juchitán, entre otros aspectos, como una ciudad predominantemente matriarcal. Así como Juchitán es una ciudad comercial, también simboliza el matriarcado. En otras palabras, se da la convergencia de múltiples narrativas de la ciudad donde, en un momento dado, se van “. . . provocando la emergencia de diversas ciudades en donde sólo se encuentra una físicamente” (Caparrós, 2012a, p. 13).

          Desde la primera alusión al matriarcado, el narrador, entre líneas, advierte que se trata de una apreciación compartida por muchos pero no una certeza. El origen del mito cultural del matriarcado se debe, según refiere el narrador, a que el mercado, donde predominan las mujeres, constituye, como ya se dijo, el centro económico de Juchitán. Debido a lo anterior es bastante comprensible suponer que “. . . por eso, entre otras cosas, muchos dijeron que aquí regía el matriarcado” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          En una cantina, un personaje anónimo entrado en los sesenta –y seguramente seleccionado por la confianza y experiencia debido a su madurez-, contestará a la pregunta del narrador de la siguiente manera: “. . . -¿Por qué decimos que hay matriarcado acá? Porque las mujeres predominan, siempre tienen la última palabra. Acá la que manda es la mamá, mi amigo. Y después la señora” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          El narrador deja entrever su labor periodística de manera muy sutil. El entrevistado repite la pregunta que el entrevistador le ha hecho. La respuesta conlleva dos razones esenciales acerca de las mujeres: el predominio y la autoridad. También, y lo más importante, la respuesta habla desde un “nosotros”,  quienes habitan y recorren la ciudad cotidianamente. Existe, pues, una construcción dual del imaginario de la ciudad que es individual, en este caso el entrevistado, y a la vez colectivo, o sea, ese “nosotros” que sí consideran que en ese “acá”, en esa ciudad, hay un matriarcado. La consideración interna, propia de quienes habitan la ciudad,  se suma al trabajo de los antropólogos que concluyen, desde el estudio académico y su visión externa, que en Juchitán existe el matriarcado.

          Ante tal simbolización, también coexisten otros personajes quienes significan de manera muy distinta su vivencia y recorridos por la ciudad. Uno de ellos corresponde a la influyente voz del padre Francisco Herrero –conocido como cura Paco– quien explica los equívocos de los antropólogos cuando realizan sus investigaciones de campo. La importancia del padre Paco resalta muchísimo debido a que es el párroco de la iglesia de San Vicente Ferrer, el patrono de Juchitán.

          El padre Paco asegura que en Juchitán no existe el matriarcado.  Su aseveración se basa en la cercanía que tiene con la gente de su comunidad y, sobre todo, en la experiencia de su confesionario: “Yo conozco la vida íntima, secreta, de las familias y te puedo decir que allí tampoco existe el matriarcado” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          El padre Paco desacredita el trabajo de los investigadores que visitan Juchitán debido a que solo permanecen unos días realizando su labor. Para el párroco, el matriarcado es un “invento” de los antropólogos porque únicamente basan sus conclusiones a partir de la primera impresión que observan en el mercado. El padre usa términos muy coloquiales para sintetizar esa impresión tan determinante de los observadores externos: “Aquí, dicen, el hombre es un huevón y su mujer los mantiene…” (Caparrós, 2012a, p. 66).

          En seguida, el párroco explica los tiempos laborales -en los que están involucrados los hombres y las mujeres-, que pasan desapercibidos para los investigadores:

Pero el hombre se levanta muy temprano porque a las doce del día ya está el sol incandescente y no se puede. Entonces, cuando llegan los antropólogos ven al hombre dormido y dicen ah, es una sociedad matriarcal. No, ésta es una sociedad muy comercial y la mujer es la que vende, todo el día; pero el hombre ha trabajado la noche, la madrugada. (Caparrós, 2012a, p. 66)

Ante la argumentación del padre Paco, el narrador asume que el matriarcado no existe en Juchitán como algunos investigadores y gente de ahí mismo suponen. Sin embargo, el narrador asegura que si no existe el matriarcado como tal, “. . . el papel de las mujeres es mucho más lúcido que en el resto de México” (Caparrós, 2012a, p. 66). Con la afirmación, el narrador resignifica el papel de la mujer en Juchitán y, por extensión, en todo el país. La comparación entre las mujeres de Juchitán y las mujeres del resto del país es en extremo significativa. Y se comprende mucho más cuando el narrador cita las palabras de una de ellas: “. . . -Aquí somos valoradas por todo lo que hacemos. Aquí es valioso tener hijos, manejar un hogar, ganar nuestro dinero: sentimos el apoyo de la comunidad y eso nos permite vivir con mucha felicidad y con mucha seguridad” (Caparrós, 2012a, p. 67).

          Las palabras de la mujer juchiteca –cuyo nombre, Marta, señala el narrador-, constituyen una narrativa de la ciudad desde la perspectiva de la mujer. Marta habla desde su experiencia individual pero también como mujer que representa a todas las mujeres de su comunidad. En términos de interpretación, el imaginario que Marta realiza de la ciudad de Juchitán, se construye desde esa unidad dual que es lo individual-colectivo.

          Sobre esa “felicidad” y esa “seguridad” de las que refiere Marta, el narrador, como visitante extranjero, reafirma las palabras de ella y generaliza sobre las mujeres juchitecas que “Y se les nota, incluso, en su manera de llevar el cuerpo: orgullosas, potentes, el mentón bien alzado, el hombre –si lo hay– un paso atrás” (Caparrós, 2012a, p. 67). Es evidente que en sus recorridos por la ciudad, el narrador ha observado la manera de caminar de las mujeres solas y acompañadas por sus hombres.

          La aseveración tan significativa de la función de la mujer juchiteca, se suma a otra aseveración anterior. Conjuntando las dos valoraciones: Juchitán es muy diferente al resto de México debido a dos razones principales; primera, porque las funciones de las mujeres son muy valoradas y consideradas por su comunidad; y, segunda, porque un mayor porcentaje de juchitecos vive de su producción o del comercio y no del salario. En resumen, Juchitán, ante el autor extranjero de la crónica, representa una ciudad que se distingue de las demás ciudades de México no únicamente por las dos razones anteriores, sino por sus muxes y porque uno de ellos estuvo muy cerca de ser la primera diputada trasvestida del país y, quizá, del mundo.

 

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César Antonio Sotelo Gutiérrez nació en la ciudad de Chihuahua, Chihuahua, México. Doctor en Filología Hispánica por la Universitat de Barcelona, Master of Arts  por The University of Texas at El Paso y Licenciado en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Su trabajo como crítico literario se ha publicado en libros y revistas en México, Estados Unidos y España. Dramaturgo y director de escena, ha publicado la comedia Van pasando mujeres (UACH, 2012). Actualmente se desempeña como catedrático de Literatura Mexicana e Hispanoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

 

Humberto Payán Fierro nació en Chihuahua, Chih. Estudió la Licenciatura en Letras Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Realizó estudios de maestría, Literatura Hispanoamericana, en New Mexico State University y de doctorado en la Universidad de Sevilla.  Escribe cuento, ensayo y guiones de video. Ha publicado en revistas nacionales y extranjeras. Es autor del libro de cuentos El oficio de pensarte (Colección Flor de Arena, UACH, 2008).
Actualmente se desempeña como catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

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